ADVERTENCIA

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jueves, 28 de enero de 2010

2° Parte del Relato de Andy Masoch

Mis 4 chicas trajeron cada una a su muchacho asignado hasta tu lado. Los hicieron sentar en el piso y te pidieron a vos, con buenos modales, que eligieras a uno; al que mas apreciabas.

Tal vez vos no entendías nada. Te cubrías porque estabas en ropa interior rosa. Te daba vergüenza que ellos te vieran así y me preguntaste ¿Para qué había que elegir? Sasha, la jefa de ese grupo, te dijo que tal vez sería para liberarlo.

Vos no sabías que hacer, pensabas que irían liberando a los muchachos y se quedarían con vos. Entonces elegiste a Mario. El más atlético, de 22 años. Entonces colocaron a los otros tres en una jaula hecha con varillas de madera gruesas. Los encerraron y trajeron un aparato de madera que consistía en una plataforma de 2 x 3metros, montada sobre ruedas para poder moverla. En la parte posterior de esa plataforma se elevaba un poste grueso y fuerte de unos 3 metros de altura, que terminaba en un poste también atravesado, igual que una horca, todo con forma de “L” invertida.

De la punta de ese poste más corto se había colocado una rueda con canaleta, por donde circulaba una fina y muy resistente cuerda que por un extremo terminaba en el piso de la plataforma y, por el otro, se conectaba a un gran carrete, con manivela y dentado de frenado, que al ser girada, subía la cuerda y a lo que estuviese atado a ella. Afirmaron bien el aparato con estacas al piso y entre las cuatro tomaron de los cabellos al joven elegido por vos, y lo comenzaron a desvestir. Así voló su pantalón blanco, su bóxer negro, su camisa, sus botas y calcetines. Quedó totalmente desnudo ante tu vista.

Él sentía mucha vergüenza y trataba de taparse con las manos, vos gritabas que para qué te habían pedido que lo elijas. Te quejabas, gritabas que lo dejaran en paz, que qué le iban a hacer. La respuesta a tu pregunta llego rápido: Le ataron muy fuerte los brazos y muñecas hacia atrás, a la espalda. Ya no se podía cubrir. Te decían a vos que no bajaras la vista como lo estabas haciendo porque iba a ser mucho peor para él. Este era, decían, un espectáculo para vos. Tenías que verlo bien, así se te refrescaban los pensamientos en tu cabecita y decías toda la verdad. ¿A qué habían venido? Te levantaron la cabeza y te obligaron a mirar.

Apoyaron su espalda sobre la plataforma mencionada, separaron sus piernas, levantaron su pene y sujetaron la bolsa testicular, o escroto, con un lazo corredizo hecho con la punta de la cuerda. Cerraron bien el lazo, maniobra que sujetó la bolsa de los huevos bien fuerte.

Como tenía sus brazos atados hacia la espalda, no podía usar sus manos para tratar de librarse de esa cuerda. Rápidamente una de las chicas, con una sonrisa en la cara, comenzó a girar la manivela con palanca para evitar el retorno, y fácilmente comenzó a elevarse el cuerpo del pobre infeliz, sujeto a la cuerda por sus pelotas. Solamente con unas pocas vueltas ya su escroto se estiró muchísimo y comenzó a comprimir cruelmente las dos bolitas. Con una vuelta más, ya estaba el cuerpo del pobre suspendido en el aire, separado unos centímetros de la plataforma.

Los gritos, aullidos y alaridos que profería el mártir eran desgarradores. Helaban la sangre. Realmente yo estaba mirando, y me impresionó mucho ver su bolsa testicular terriblemente estirada, prensando sus huevos de una manera muy cruel. Parecía que en cualquier momento iba a romperse, las bolas saltarían por el aire y el pobre muchacho caería pesadamente sobre la madera ya sin ellas entre sus piernas.

Lo dejaron así, suspendido a unos 60 centímetros de la plataforma. Te increparon a vos, que mirabas horrorizada el martirio de tu alumno, y te dijeron que confesaras la verdad y entonces lo bajarían de allí.

Vos no te cansabas de repetir que la verdad era esa: Eras entomóloga, no había otra cosa, y que liberaran a ese pobre que cada vez gritaba más de dolor y no se podía mover ni hacer nada por liberarse.

Lo giraron en el aire, así colgado como estaba y te mostraron sus nalgas. Con sus dedos, una de las chicas las separó bien y dejó al descubierto el ano, que quedó bien abierto. Te mostraron que tenían una varilla de cobre bien gruesa y pulida, colocada en un recipiente con fuego, calentándose mucho. Te dijeron que se la iban a introducir en el ano. Tu horror fue tan grande que te viste obligada a mentir, y decir que confesarías la verdad, pero que bajaran al pobre muchacho de allí y que no quemaran su ano con esa varilla casi al rojo vivo.

Te hicieron caso, lo bajaron. le liberaron los testículos cadi desechos y lo dejaron suelto gritando con toda su voz. Comenzó a revolcarse por el piso, a saltar, siempre con sus brazos atados, saltaba en cuclillas. Hacía todo tipo de movimientos por el dolor que tenía en sus huevitos. Mis chicas lo dejaron que hiciera eso ya que era su única liberación.

Mientras, me acerqué yo a vos y te dije: “confesá ahora”.

Vos, con temor, me dijiste que habías mentido para salvar a tu alumno. Eso creó un ataque de terrible furia en mis cuatro chicas. Yo, muy enojado, les di libertad para que hicieran lo que quisieran. Ellas desataron al pobre, lo colgaron por las muñecas de una gruesa rama de árbol que estaba horizontal, atado con correas de cuero. Sus pies apenas tocaban el piso, y con un látigo de varias colas de cuero y con nudos que cubrían cada una de las colas, lo azotaron. Le dieron 50 latigazos, distribuidos en espalda, nalgas y muslos. Ahora gritaba más que antes. Para rematar la función, los otros tres muchachos, uno a uno, fueron colgados de sus huevos y azotados igual. Todo sin preguntarte nada a vos. Era un castigo por tu mentira.

En un rato, los cuatro se revolcaban y saltaban gritando juntos. Estaban terriblemente azotados y sus huevos, creo yo, destrozados por el martirio. Atardeció ese día, se hacía la noche, y los pobres seguían revolcándose, saltando y gritando. No había alivio a su dolor. Les dije a las chicas que se les había ido la mano, que era insoportable el griterío y que así no se podía estar. Ya no nos servían para nada.

Una de ella sugirió acabar el sufrimiento con un disparo de fusil en la cabeza de cada uno, pero la jefa del grupo prefirió liberarlos por el camino que daba, a no mucha distancia, a la aldea de las mujeres aborígenes malvadas que, además, aparte eran caníbales.

Así se hizo. Salieron corriendo y gritando por ese camino sin desvíos rumbo al infierno. A unos 500 metros de distancia, las salvajes los detectaron por los gritos y los atraparon. Yo sabía que lo que primero se comían de sus víctimas masculinas eran los genitales, y este caso no fue una excepción.

Vos quedaste sola y llorando mucho. Te dije que ahora te tocaba a vos. Ibas a confesar por las buenas o por las malas. Para ponerte en ambiente y que entendieras bien tu complicada situación, con mis soldados procedimos, entre todos, y en forma violenta, a quitarte la bombachita y el corpiño, dejándote totalmente desnuda. Ahora vendría tu parte y tus gritos… pero vos estabas muy excitada.Si bien tenías terror, sabías que el dolor que te producirían te iba a gustar muchísimo y lo gozarías muy bien.

Comenzamos a hablar entre nosotros, con las chicas incluidas para ver que te haríamos primero, para hacerte entrar en calor y que gritaras un poco

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