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domingo, 24 de enero de 2010

Un maravilloso regalo

He recibido el primer capítulo de un regalo que un buen amigo me ha hecho. Andy Masoch, un sadomasoquista argentino, me ha dado el honor de permitirme publicar en el blog el relato que me está escribiendo y aquí presento el primer capítulo.

Aún no le ha puesto un título, pero les dejo con la primera parte del relato. Espero que lo disfruten como yo lo hice.

Besos,

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Yo me acercaba despacio con mis hombres hasta donde ustedes descansaban. Ya eran las 19:30 horas, estaba oscureciendo y estaban los muchachos armando las dos carpas que habian traido: una para vos, y la otra para ellos. Encendieron los faroles de gas y se aprestaban a pasar la noce allí, ,a la vera del rio. Al amanecer, bien temprano, seguirían internándose en esa zona inexplorada, donde se sabía, habitaban unas mariposas rarísimas y bellas pues eso estaban buscando.

Cuando estaban encendiendo el fuego para preparar la cena, dimos de golpe nosotros, con mis 10 muchachos, todos armados y, apuntándoles con nuestros fusiles, les ordenamos que se pusieran de pie.

Vestiamos como soldados,con ropa verde con camuflaje. Las cuatro chicas del grupo habían quedado en el campamento, no muy distante de allí. Con cuerdas que llevabamos, les atamos las manos a la espalda a los cinco y los hicimos avanzar a punta de fusil por un sendero que ascendía hacia una especie de colina no muy elevada. Luego de una media hora de caminata, llegamos a destino.

Durante todo el viaje vos habías estado preguntando quiénes éramos y qué queríamos de ustedes, que eran cientificos, buscadores de insectos. Las risas nuestras tapaban tus preguntas y yo te contestaba diciçéndote que en un rato íbamos a averiguar quiénes eran ustedes, de dónde venían y qué pretendían. Vos, casi llorando, nos decías que los dejaramos libres, que no molestábamos a nadie. Ya en el campamento, una enorme planicie rodeada por bosque espeso y montañas, vinieron a recibirnos las chicas. Todas vestidas de verde tambien, muy altas y grandotas y yo te explicaba que sabían karate y boxeo. Eran expertas en esas artes.

Los llevamos hasta una parte de tierra plana y compacta. De allí se veían todas las construcciones del establecimiento, muy grande y con un generador de electricidad propio. Ya de noche casi, estaban encendidas muchas luces. Mis chicas miraron con alegria a tus cuatro muchachos, que tenían mucho miedo; y me pidieron si se podían hacer cargo de ellos. Les dije que sí y cada una eligió a su mascota. Hicimos sentar a todos ustedes en el piso de tierra dura y allí comenzó el interrogatorio. Momentaneamente, les quitamos las cuerdas de las muñecas- y les dijimos que era imposible escapar de allí.

Esta parte de la selva estaba plagada de animales salvajes y alimañas de todo tipo, y a un kilometro estaba asentada una tribu de aborígenes: Todas mujeres y muy malas y sanguinarias, que capturaban a todo el que pasaba cerca del asentamiento.
Me acerque a vos, que tenías terror y temblabas, y te pregunté: “¿Quiénes son?, ¿quién los manda?, Si son espías disfrazados diganlo ya y evitarán sufrimientos”. Vos, que estabas arodillada, me pedías con tus manos en ruego que no te hiciera nada, que eran ustedes científicos solamente, que era la pura verdad, que no eran espías.

Yo no te creía. No se llegaba a esa zona inexplorada tan fàcilmente. Yo suponía que el Gobierno te mandaba a desenmascararnos. Yo quería saber qué hacían acá y quién los enviaba. Era lo que te pedía que dijeras. Si me decías la verdad, los acompañábamos a un punto, con los ojos vendados, desde el cual podrían volver a la civilización sin hacerles daño. Con un mensaje escrito para quienes los enviaban y nada más. Pero quería la verdad. No me creía lo de los insectos.

Lo terrible es que esa era la verdad y yo no la acepta. Yo insistí un rato interrogándote y decidimos actuar para apurar las cosas. Se acababa la piedad.

Te quitamos la camisita. Quedaste en bra, color rosa (acá le llamamos corpiño). Te tapaste como pudiste con tus manos en señal de vergüenza. Luego entre varios, y pese a tu oposición, te quitamos la faldita corta blanca. Te dejamos en tanga, en biquini, (acá le llamammos bombachita). Tu bombachita era rosada como el corpiño, con reborde de puntilla blanca. Estabas hermosa, tenías un cuerpo bellísimo. Te morías de vergüenza.

Estabas frente a mis hombres y a tus cuatro alumnos. Estabas arrodillada en el piso, me rogabas que no te fuera a hacer nada, cuando en realidad querías sentir dolor. Con eso gozabas mucho, pero tenías miedo de que me propasara y te hiciera mucho daño. Te di la ultima oportunidad. Te dejé así, en ropa interior, para intimidarte y que sintieras terror a lo que vendría luego. Te pregunté una vez más por el motivo de tu viaje hasta allí y me repetias lo mismo. Me dijiste que me fijara en tu mochila, que allí estaban tus credenciales universitarias. Esa era tu prueba, pero yo me cansé y dije que íbamos a obtener la verdad con la violencia.

Lo lamentaba por vos que eras muy hermosa y realmente no quería lastimarte, pero tu presencia allí significaba un peligro grande para nosotros. Podía venir un ejercito atrás tuyo, siguiendo tu rastro para atacarnos y quería arrancarte esa informacion.

Cuando me abalanzaba sobre vos para desnudarte con mis hombres, una de las fuertes chicas que tenía allí conmigo me hizo una seña de stop, se acercó a decirme algo al oído. Me sujería que si torturabamos a uno de los muchachos, que vos tanto querías, al verlo sufrir y gritar, tal vez aflojarías y nos dirías la verdad. Total, si moría de dolor alguno de ellos, no era muy importante. Teníamos que preservarte viva a vos. Dicho esto, di mi aceptación a la idea y dejé a las cuatro chicas que se encargaran del tema... Ellas eran expertas en varones.



Andy Masoch

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